El estilo imperio del siglo XIX

Comienza el siglo XIX con la herencia de las dos revoluciones. La revolución industrial, procedente de Inglaterra, que se inicia con la invención de la maquina de vapor y transforma radicalmente las normas de comportamiento de las ciudades, ya que nace la industria tal y como hoy la entendemos. En cuanto a la Revolución Francesa, supone la ruptura con el antiguo régimen de esplendor y lujo de la monarquía absoluta, y da paso a la burguesía, que, a partir de ese momento, toma las riendas de la política, la economía y la moda. Además, se producen cambios en algunas tendencias higiénicas: se fabrica la primera bañera, lo que da pie a que el baño se convierta en una parte muy lujosa de la vivienda, y el hombre aprende el arte de la pogonotomía, que no es otra cosa que afeitarse por si mismo.

Madame Récamier. Obra del pintor Louis David (Museo del Louvre, París)

Estilo imperio

Con el siglo XIX entra en escena un personaje de una fuerza descomunal y con una personalidad única, que decide los destinos de Europa: Napoleón.

Todo lo que va a rodear a la sociedad francesa de principios del siglo XIX (la arquitectura neoclásica, el resurgimiento de la cultura griega y romana, la devoción por lo antiguo, la moda...) recibirá el nombre de "estilo imperio" en honor de este general que se hizo coronar emperador. El estilo imperio esta basado en las formas clásicas, que se intentan reproducir de un modo mas severo, majestuoso y perfecto, si cabe.

Napoleón contrajo matrimonio con una viuda criolla, seis años mayor que él, llamada Josefina.

Josefina tenía la tez bronceada (aunque no estaba aun muy de moda) y tendía a la obesidad. Su obsesión por estar siempre bella, al precio que fuera, la llevó a gastar grandes fortunas en joyas, trajes y cosméticos. Utilizaba diferentes tonos de coloretes para enrojecer sus mejillas según fuera mañana, tarde o noche. Sus perfumes eran elaborados con esencias tenaces y persistentes, muy personales.

Dada su propensión a la obesidad, siguió regímenes de adelgazamiento similares a los de cualquier mujer de nuestra época. Para disimular su físico, se fomentó la moda de la ropa ligera y de tonos transparente, de línea recta, con la cintura subida hasta debajo de los senos y de colores claros, con predominio del blanco.

Para proteger la industria textil francesa, Napoleón prohibió la importación de muselinas, por lo que los trajes se confeccionaban con seda, terciopelo, satén y percal plisado. Con estos trajes se dejaban al descubierto los brazos, así que empezaron a utilizarse guantes largos.


La reina María Luisa

Mientras en Francia soplaban vientos de revolución, en España persistía el gobierno absolutista de la mano de los reyes Carlos III y Carlos IV. La mujer de este último, la reina María Luisa de Parma, se distinguió por su frivolidad y su poca cultura. En un momento de gran ajetreo político en toda Europa a causa de la Revolución Francesa, las intrigas políticas y las conspiraciones estaban a la orden del día. La reina María Luisa no estuvo al margen de ellas. Amante del general Godoy y con un absoluto dominio sobre su marido, hizo que la corte fuera un lugar peligroso y a la vez festivo. En las suntuosas fiestas pervivía aún la moda de los regímenes absolutistas, y todo aquello que pudiera mostrar un cierto aire de liberalismo era duramente atacado.

La emperatriz María Eugenia

Con María Eugenia de Montijo, una de las mujeres más hermosa de la época, la moda recupera su viejo esplendor. Era española y estaba casada con Napoleón III de Francia. María Eugenia llevaba el cabello liso, enmarcando el rostro y recogido en un moño. Alargaba sus ojos con una raya de color negro, que contrastaba con el azul de los mismos.

En la corte se vuelve a la suntuosidad. La emperatriz abandona el traje recto que marcó la época anterior.

Se ensancha la silueta femenina con el uso de las faldas con crinolina, que era una especie de jaula hecha con aros metálicos, sujeta a la cintura, sobre la que caía la tela hasta los pies. Las faldas se hacen enormes y los cuerpos cortos, acentuándose así unas cinturas finísimas. Las telas son fastuosas y se adornan con encajes, lazos y flores.

Los trajes de la emperatriz fueron diseñados por M. Worth, de origen inglés, pero afincado en París.

Los polvos de arroz eran muy compactos y se aplicaban con profusión, pues las mujeres debían lucir un cutis blanco como la porcelana. Sin embargo, al no ser costumbre retirar esta pasta ni limpiar el cutis, surgían con frecuencia enfermedades y eczemas cutáneos.

El remedio para estas enfermedades fueron las curas terminales en balnearios. Éstos adquirieron un gran esplendor y en ellos se desarrolló una activa vida social.

Hacia finales del siglo XIX se inicia una época de sencillez en el vestir: las faldas pierden volumen, aunque se mantienen las cinturas finas. En estos años el ideal de cintura es que no pasara del doble de la longitud del pie. 

El peinado

A partir de la Revolución Francesa se impone en los hombres la sencillez del peinado. Predomina el cabello corto tanto en los hombres como en las mujeres, ya que el espíritu revolucionario así lo exigía a sus ciudadanos.

Estuvo de moda el peinado a la víctima, que consistía en cortar el pelo de forma similar a como lo llevaban los condenados a muerte: cabello muy corto en la nuca y flequillo largo sobre los ojos.

Con Napoleón, el cabello muy corto es símbolo de patriotismo, y aunque a su caída se intentaron restablecer las pelucas y coletas, aquel tipo de peinado se afianzo definitivamente. Hubo una excepción avanzado el siglo: la de los llamados sansimonianos, seguidores intelectuales del conde de Saint-Simón, que se dejan crecer la melena y se peinan con raya al lado para imitar no solo las ideas, sino también el corte de cabello de aquel filosofo francés.

El peinado de las mujeres era muy variado. De un gracioso moño del que colgaba un mechón se pasó al pelo muy corto, rizado, con una faja de seda ceñida, y de ahí a los tufos o tirabuzones rizados que caían sobre los hombros y se combinaban con las bandas lisas sobre las sienes.

En la segunda mitad del siglo proliferaron los sombreros. Al principio eran cerrados, con el cabello anudado por un lazo y cayendo sobre los hombros; luego se pasó a los sombreros redondos, con peinados altos y el pelo teñido de rubio; finalmente, se adornaron con pájaros, flores, hiedra y largas cintas que caían sobre los tobillos.

Doña Pilar de Jandiola, peinada con tirabuzones. Obra de Antonio María Esquivel (Museo del Prado, Madrid)

Texto integro de la fuente: Curso de Peluquería y Estética Profesional de RBA Editores

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